martes, 5 de junio de 2012

El Huerto de los olivos

Frío, soledad, sufrimiento, aquel trozo de huerto quedó momentáneamente aislado del mundo, no se podía salir vivo de aquel trance, ahí Jesús cogió su humanidad y la divinizó, le respondió a Dios a pesar de la contradicción vida-muerte, una persona no puede quedarse indiferente ante la muerte, la apreciación es clara, Jesús intenta asumir su destrucción por la pureza de  amor que tenía hacia Dios, es cómo si hubiera dicho: - por encima de esta contradicción que me desgarra te quiero Padre. Un silencio mortal, solamente le contestaba los latidos de su corazón, suplicaba una y otra vez a quien nunca le había fallado, la solicitud y el amor se mezclaban en su ruego, la muerte lo miraba, cercándolo, y su instinto de conservación lo colocaba al límite, angustia, opresión y tribulación lo abrazaban, pero al fin, con su sudor derramándose entre la tierra y las piedras le viene la relajación, el poder del amor a su Padre. Aunque después del proceso, instantes antes de morir en la cruz, le vuelve la incertidumbre. Padre, porque me has abandonado?, porque lo has hecho?, porque tengo que pasar por un sufrimiento que no merezco?, y así seguirían preguntas infinitas, y es aquí cuando se hizo omnipotente, al silencio como respuesta, a la burla de sus contrarios y a la impotencia de los suyos, Jesús en medio de este hundimiento, extenuado, nos deja el último eco de su corazón: “y dando un gran grito, dice: Padre en tus manos encomiendo mi espíritu.”
Si alguna vez se le han saltado las lagrimas a Dios Padre, fue en esta ocasión.


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